Coincidencia I: Antes de dejar Barcelona, paso por una librería y encuentro el libro )Clausuras( de Pierre Klossowski, escrito por José Manuel Cuesta Abad. En la contraportada, leo que habla de la idea de clausura del pensador francés, entendida como algo que “no designa el cierre en virtud del cual algo (…) llegaría a su fin o podría terminar, sino al simulacro como alienación por la que algo (…) sólo aparece, en la realidad y como realidad, en tanto que permanece ya siempre encerrado, ahí donde puede sobrevivir o revivir, si no eterna, indefinidamente”.
Coincidencia II: Paso las horas del tren de regreso a Sevilla viendo el documental Ai Weiwei: Never Sorry de Alyson Klayman. El artista chino afirma: “La gran diferencia entre los hombres y los gatos es que los gatos también pueden abrir puertas, pero nunca las cierran”. En una de las conversaciones que tanto he agradecido de mis estancia de Barcelona, Andrea Nacach me dijo: “tú eres gato y no perro”. Confío en su intuición.
Coincidencia III: Al llegar a Sevilla, abro el correo y recibo un texto de Pedro G. Romero que comienza hablando de la idea agambeniana de las puertas como lugares de cierre y apertura, los umbrales como los lugares paradójicos en los que la vida tiene lugar.
Todas estas relaciones (afectivas, intelectuales, textuales) dan lugar a un entramado, a una red conformada tanto por sus nudos como por sus huecos. Transitar esa red es abrir puertas, cerrarlas y, lo que es más importante, practicar el simulacro de dejarlas entornadas. Es una forma de clausurar la residencia (efectivamente, dejo de residir, por el momento, en Barcelona) y el diario (efectivamente, dejo de escribir este breve cuaderno de bitácora), pero no de cerrar la puerta.
Es un umbral que se transforma en lugar de paso, y no en un compartimento estanco.
Es una clausura en cuanto a que algo, a partir de ahora, adquiere carácter de pervivencia.
Es una puerta que queda abierta para que los gatos la transiten.